
Lombard Street: la calle más sinuosa y atractiva de San Francisco que nació por seguridad
San Francisco es una ciudad que respira motor y movilidad en cada esquina: tranvías que suben colinas imposibles, cuestas que ponen a prueba los frenos de cualquier coche y, cómo no, Lombard Street, la que muchos conocen como la calle más sinuosa del mundo. Pero lo que para los turistas es un atractivo fotográfico y para los conductores una experiencia curiosa, en realidad tiene un origen muy práctico: la seguridad al volante.
En sus orígenes, Lombard Street era tan recta como cualquier otra vía de la zona de Russian Hill. El problema era su pendiente: un 27 % de inclinación, prácticamente una rampa imposible para los coches de los años 20, que apenas podían lidiar con semejante desafío. La solución llegó en 1922, cuando un vecino, Carl Henry, propuso suavizar la bajada con un diseño más «serpenteante».

El ingeniero Clyde Healy fue el encargado de darle forma: ocho curvas cerradas que reducían la pendiente al 16 %. Un trazado que no solo hacía posible el tránsito de vehículos de la época, sino que además sentó las bases de lo que hoy es uno de los iconos urbanos más reconocibles del planeta.
Para el aficionado al motor, conducir por Lombard Street es casi como rodar en un tramo de rally urbano. Sus curvas encadenadas obligan a bajar despacio, en primera, y a tener los frenos siempre atentos. Y aunque el límite de velocidad es de apenas 8 km/h, no son pocos los que han descubierto que la calle exige más técnica de lo que aparenta.

Eso sí, la fama también ha traído inconvenientes: cada día miles de turistas recorren este tramo de apenas 200 metros, generando atascos, colas y un ruido constante que desespera a los residentes. De hecho, ha habido propuestas para cobrar entrada a los coches que quieran bajarla, algo que da idea de la magnitud del fenómeno.
Aunque su diseño nació como una medida de seguridad vial, hoy Lombard Street es también un escaparate visual. Su pavimento de ladrillo rojo y sus cuidados jardines con hortensias la han convertido en fondo de postales, películas y videojuegos. Un lugar donde la función y la estética se encuentran.

Más allá de la anécdota turística, Lombard Street es un recordatorio de cómo la ingeniería vial puede transformar una dificultad en una ventaja. Aunque hoy los coches modernos podrían enfrentarse a aquella pendiente del 27 % con relativa solvencia, las ocho curvas siguen ahí como muestra de las prioridades. Su historia demuestra que la seguridad siempre debe estar en el centro del diseño urbano, incluso si eso implica soluciones poco convencionales.
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