Chrysler Firepower Concept: el Viper refinado que la crisis nos robó

Si miramos atrás, la década de los 2000 en Chrysler fue una auténtica montaña rusa emocional. Bajo el turbulento matrimonio con Daimler, la marca americana vivía una época de creatividad desatada (y a veces, desquiciada). Nos dieron el Chrysler 300C y lanzaron el extraño Crossfire, entre otros atrevimientos. Pero entre éxitos y fracasos, hubo una joya que brilló con luz propia y que, trágicamente, nunca llegó a pisar la calle: el Chrysler Firepower Concept.

Presentado en el Salón de Detroit de 2005, el Firepower no era un simple ejercicio de estilo de fibra de vidrio y sueños. Era un coche funcional, real y, sobre todo, entraba dentro posible. La premisa era sencilla y brillante: coger la brutalidad mecánica del Dodge Viper, pero vestirla con un traje de alta costura. Brian Nielander, el diseñador del exterior, lo definió entonces como «un Aston Martin para el hombre común». Y no exageraba.

Con su pintura Liquid Metal, su capó interminable y esa trasera tipo kammback con una luna trasera de cristal envolvente, el Firepower destilaba una elegancia que el Viper ni siquiera sabía deletrear. Era un Gran Turismo en el sentido más puro de la palabra: hecho para cruzar continentes a toda velocidad, pero con clase. Bajo esa piel sofisticada se escondía el chasis del Dodge Viper de segunda generación. Sin embargo, Chrysler tomó una decisión inteligente: en lugar del indomable V10 de la víbora, instalaron el glorioso V8 HEMI de 6.1 litros que montaban los modelos SRT8 de la época.

El resultado eran 425 CV y 570 Nm de par, gestionados por una caja automática de cinco velocidades. No buscaba ser un coche de circuito, sino un devorador de autopistas capaz de hacer el 0 a 100 km/h en unos 4,5 segundos y alcanzar los 280 km/h. Para 2005, eran cifras muy serias, capaces de sonrojar a un Corvette C6. Además, el interior (diseñado por Greg Howell) era un santuario de cuero bicolor, aluminio y relojes analógicos de lujo, a años luz del plástico duro que sufrían los dueños del Viper.

Entonces, si tenían el chasis, tenían el motor y el público estaba enamorado, ¿por qué no lo fabricaron? El Firepower fue víctima de una tormenta perfecta. Aunque en 2006 el CEO Thomas LaSorda aseguró que el proyecto seguía vivo, la realidad financiera de Chrysler se desmoronaba. El divorcio con Daimler era inminente, las pérdidas se acumulaban y la crisis financiera global de 2008 asomaba en el horizonte. Lanzar un GT de nicho y lujo en medio de un colapso económico mundial habría sido un suicidio financiero (y un gesto de mal gusto).

En diciembre de 2006, Trevor Creed, jefe de diseño, pronunció las palabras malditas: «No vamos a hacer el Firepower. Simplemente no encontramos una manera viable«. Hoy, el único Firepower existente descansa en el museo de la marca, recordándonos lo que pudo haber sido: el coche que demostró que Estados Unidos también sabía hacer elegancia, pero que llegó en el peor momento posible.